lunes, 8 de julio de 2013

4 libros que provocan



Duerme Negrito de Paloma Valdivia,  Fondo de Cultura Económica, 2012.

Uf. Incluso antes de nacer, Duerme, duerme negrito, canción de origen sudamericano, sonaba en mis oídos de niña. La primera impresión por tanto, tiene que ver con nostalgia y melancolía. Con ese estremecimiento propio de un libro que parece escrito por tus manos. Con esa suerte de abismo que provoca las narraciones espejo.

Lo que hace la ilustradora Paloma Valdivia es trabajar un texto que le pertenece a Latinoamérica, con imágenes que entregan una nueva información a la palabra. Por cierto una información que habla de alegría y protección, dulcificando el sentido de la canción que nos habla de un dolor profundo y un abandono.

Me parece un libro fascinante en el que ayuda el formato pequeño y las ilustraciones repletas de colores. El personaje que retrata Paloma – y a la vez el mundo del que habla-  es uno que acoge y ampara. Es la madre que todos guardamos en nuestros sueños de niños. Es a la que siempre queremos volver.

El uso del afecto en la disposición de las imágenes genéricas, icónicas, expresan tanto más que la misma letra de la canción.

Es interesante el juego que hace Paloma con las ilustraciones dulces y un texto cargado de momentos históricos trágicos. La madre que trabaja, la de tez negra, a la que no le pagan, la que tose, la que finalmente carga el luto de todo un continente de esclavos que muere buscando qué comer, es retratada de blanco en todas las imágenes. El blanco de la pureza, de la inocencia. Desde donde partimos. Que la selva toda se construya y se organice en ese manto blanco de madre, habla del origen, del florecimiento, del desarrollo. Todo eso se desarrolla en la madre, gracias a ella. Es por cierto una forma de hablar también de lo trascendente que son en la vida, para sobrevivir a ella, porque todo se refiere a la misma.

Me parece que Duerme Negrito es un libro álbum ejemplo de ilustraciones que aportan significado al sentido del relato. Donde suman y no simplemente refuerzan sentidos.

Los misterios del señor Burdick de Chris Van Allsburg, Fondo de Cultura Económica, 1984.

Hay algo fascinante en este libro que tiene que ver con el remezón, con el sismo que provocan los buenos textos cuando los leemos por primera vez. Pero por cierto también tiene que ver con la metaficción. Con ese espacio de la lectura en que abres los ojos y te preguntas si todo lo que asumías fantasía es acaso realidad. 

Creo  que Chris Van Allsburg logra muy bien atrapar el lector con las leyendas que usa al lado de cada imagen. Son leyendas que atrapan por sí mismas. Un título y un par de palabras que funcionan como hilo conductor para este relato de misterio y de verdades a media. 

Las ilustraciones funcionan otorgando un significado particular al texto. El del suspenso. Entregan una información distinta, que está delineada con lápiz grafito, como salidas de la mano prolija de un dibujante que aguarda algo que decirnos. Harris Burdick entrega las pistas, el que lee sabe que debe estar atento para dilucidarlas.

“Los dibujos se reproducen aquí por primera vez”, dice el autor. Lo que genera la dicha y la fortuna, el privilegio. Un privilegio que se saborea en cada nueva historia. Entre esa incógnita que produce el texto, y como aporta un nuevo ingrediente la imagen. Ambos elementos son capaces de entretejer una historia o el principio de una. 

Me atrevo a decir que se trata de un libro que funciona muy bien en el segundo ciclo de enseñanza básica. Cada historia en sí misma es parte de un todo que ya es fascinante. Esa incertidumbre de estar leyendo algo real. Algo que salió del baúl de un buen editor y que fue a parar en nuestras manos “por primera vez”.

El increíble niño come libros de Oliver Jeffers, Fondo de Cultura Económica, 2006.

Me pasó una vez cuando esperaba a mi tío pediatra, que El increíble niño come libros salvó la jornada. La sala de espera estaba atiborrada de niños que lloraban y se apretaban a sus madres. Y de madres que lloraban pero sin lágrimas. Un espectáculo triste y cargado de miedos de niño y de adulto. Yo tenía el cuento de Jeffers en mi mochila, como un arma secreta. Cuando lo comencé a leer había 2 niños a mis lados. Cuando terminé eran 6. Un par de ellos se reía. Otro me tomó la mano. Creo que es básicamente ese sentimiento el que genera el libro en el lector. El de alegría. El de querer seguir riendo. 

Los textos funcionan captando la atención del lector, se mueven ágilmente, no se complican, cuentan las cosas de manera básica. Creo que esa sencillez en el relato permite que los niños lleguen de manera fácil a comprenderlo. Jeffer se caracteriza por utilizar un idioma que parece cercano a los más pequeños. Un idioma poco ostentoso, simple. 

En el caso de las ilustraciones, la representación del personaje principal, en este caso Enrique, se hace de manera minimalista, usando círculos, puntos y rayas para perfilar al hambriento niño come libros. Creo que el uso de estos trazos tan típicos de niño, acercan la lectura desde el afecto y la empatía. 

Las ilustraciones completan el humor que contiene el relato. Funcionan como rebote. De una risa a la otra.
El increíble niño come libros debe ser uno de los exponentes más mediáticamente conocidos de los libros álbum. Y funciona bien. El uso de las imágenes y el texto contribuye pero creo que hay un elemento que es fundamental en su éxito. Se trata del pedazo menos de la contratapa. Ese sacado que imita una mordida. Es ese elemento el que genera la duda y otra vez el remezón. Se trata de un metarelato, el cuestionamiento de lo que se narra, el cuestionamiento de lo ficticio y lo real. ¿Enrique se comió también un pedazo de MI libro? Este tipo de preguntas, que escapa del texto, deja pensando a los pequeños en la verdad tras el relato.

El almohadón de plumas de Horacio Quiroga, Andrés Bello, 1917.

Recuerdo cuando leí por obligación este cuento en mi colegio. Recuerdo que despertó en mí sensaciones extrañas y desagradables. Me incómodo el relato. Jamás se me pasó por la cabeza volver a leerlo. Lo mismo me pasó esta vez. 

No me gusta este tipo de relatos, por cierto. Me molesta. Pero pienso que la literatura tiene que ser capaz de generar emociones, de completarse con el sentir del otro. De provocar. Y en ese sentido creo que este texto funciona. 

La construcción del relato está hecho a partir de la descripción de Alicia y sus desvaríos, sus miedos, los monstruos que la persiguen. El autor toma tiempo para dar a conocer la fría relación con su esposo. La falta de afectos. El relato transcurre entonces como en una esfera congelada desde donde el lector se comienza a preparar para el final. Final que por cierto, permite al cuento cerrar en lo alto. Con lectores estupefactos que se esperaban una resolución menos “monstruosa”.

Creo que el texto funciona con niños sobre 9 años. Niños que sean capaces de salir un poco del relato y observarlo en lo macro como un cuento de terror que sólo vive en esas hojas. De otra forma les pasará como a mí, que di vueltas las almohadas tantas veces como pude en una misma noche.

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