Fuente: todocoleccion.net |
La cosa no fue premedita, ni fruto de
un buen análisis sicológico. El caso es que comencé a recurrir a
ese libro tantas veces que llegó a ser innecesario el texto. Las
palabras bailaban en mi cabeza y de vez en cuando – si cerraba los
ojos- permanecían allí por un buen rato. Como quien susurra un buen
secreto.
En esos días la Literatura Infantil
era el rinconcito de los iguales. La palmadita en la espalda y el “ya
pasará”. El refugio íntimo. La casa de la abuela con la tetera
piteando y el olor a la miel que se derrite en el pan.
Mi mamá diría, ya en mi adolescencia,
que ese libro era el último de un verano largo. Que antes ya
habíamos navegado por los cielos con Nils Holgersson. Y nos habíamos
escondido de los miedos políticos y sociales en el oasis verde que
construyó Frances Hodgson. Yo no me acuerdo de eso. Yo no me acuerdo
de nada. Para mi siempre fue El niño gigante.
Pasan los años y al recordar mi
primera infancia, y esos libros que formaban parte de una colección
en la que habían niñas invisibles y pequeños con dos ojos, pienso
en que la Literatura Infantil era mucho más que el refugio que
acoge. También era la alegría inmensa de la madre que lee. De la
madre que acompaña y guía en el viaje. Creo que la Literatura
Infantil permite eso. Pluraliza el deleite, amplía lo íntimo:
comparte, generando por cierto lazos inquebrantables.
Esos primero libros de la colección
Cuentos para que los niños cuenten a sus padres (1980) permitieron
además que viviera la literatura. No que me encaminara, como quien
coge un puente para llegar al continente prometido. No. La literatura
infantil estaba ahí mismo, entre los colores pasteles y esos ojos
abiertos de niño generando a la vez esa primera duda. Ese primer
cuestionamiento, el primer remezón.
No soy profesora, no trabajo con niños.
No en lo formal. Sin embargo mis primos más pequeños se han
transformado en mi cuadrilla y juntos nos encaminamos por esta
literatura que a veces nos deja con preguntas y de vez en cuando nos
adormece. Cuando lo último sucede fruncimos el ceño y re armamos
finales, que son nuestros finales y por lo tanto ya no adormecen a
nadie.
Otras veces las historias las armamos
únicamente nosotros. A una escena se le suma una segunda y esa
segunda viene acompañada de una tercera. De esta forma el lenguaje
nos acompaña construyendo extraordinarios mundos propios.
Pensamos en el lenguaje como uno que
motiva, y en sí mismo encamina y acerca, a ese recoveco hogareño al
que todos siempre queremos volver.
Paloma, ¡Qué linda experiencia!, me encanta como la presentas y ahora entiendo tu cercanía a la literatura, a pesar de que no te desempeñes desde la docencia, te encargas de ser mediador desde tu contexto más cercano.
ResponderEliminarSe nota mucho, en tus palabras, la pasión que tienes por la literatura.
Cariños
Belén